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sábado, 29 de mayo de 2010

OBEDIENCIA NATURAL

Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas para que ustedes, luego de escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos, lleguen a tener parte en la naturaleza divina (2 Pedro 1:4).



PARA PODER EJERCER LA OBEDIENCIA, se requieren decretos y reglamentos. Por eso Dios dio a su pueblo preceptos y mandatos. Pero estas leyes son distintas de los edictos humanos. Las leyes de los seres humanos se dan para controlar la conducta y regir el comportamiento, a fin de vivir en paz unos con otros. Las leyes de Dios van más allá, pues emanan de si mismo, y se dan para vivir en paz con él. Estas encierran principios que se derivan del carácter de Dios y requieren que los seres humanos los adopten como parte de su naturaleza.

No es suficiente someterse en forma externa. No basta acatarlos superficialmente, como se obedecen las leyes humanas. Deben ser parte de la naturaleza de las personas. De allí que la obediencia debe ser no solo voluntaria sino que proceda del corazón. Este tipo de sujeción es imposible para los seres humanos, porque involucra la incorporación de principios divinos en la naturaleza humana.

Dios, sin embargo, nos ha dado el Espíritu Santo para que este tipo de obediencia esté a nuestro alcance. El Espíritu se encarga de grabar estos principios en nuestra conciencia, de modo que lleguen a ser parte de nosotros. Cuando eso ocurre, la obediencia es espontánea y feliz. No es necesario que se nos señale el deber. Obedecemos porque nos nace hacerlo; y si no lo hiciéramos, no seríamos felices. Así, el que robaba no solo no roba más sino que odia el robo. El borracho, no solo no bebe más sino que odia la bebida. Esto quiere decir que los principios de la ley se han grabado en la conciencia humana, que han llegado a ser parte de su naturaleza. Como estos principios son propios del carácter de Dios, incorporarlos en nuestra naturaleza nos hace participantes de la naturaleza divina

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