Según la previsión de Dios el Padre, mediante la obra santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser redimidos por su sangre (1 Pedro 1: 2).
CON RESPECTO A LA SANTIFICACIÓN, hay un error grave que podemos cometer. Hay quienes piensan: «Si no podemos ser santos, ¿para qué intentarlo?» Es decir, ya que no podemos vencer totalmente la naturaleza carnal, entonces démosle rienda suelta. Esta actitud no es cristiana. Es una idea semejante a la de los gnósticos cristianos del tiempo del Nuevo Testamento, que se entregaron a la licencia y al libertinaje bajo la excusa de que el cuerpo es bajo y rastrero, y no importa que lo complazcamos. Dice Judas que «son impíos que cambian en libertinaje la gracia de nuestro Dios y niegan a Jesucristo, nuestro único Soberano y Señor [...]. Estos individuos, llevados por sus delirios, contaminan su cuerpo, desprecian la autoridad y maldicen a los seres celestiales [...]. Son un peligro oculto: sin ningún respeto convierten en parrandas las fiestas de amor fraternal que ustedes celebran. Buscan solo su propio provecho» (Judas 4, 8, 12). Es una actitud parecida a la de algunos miembros de la iglesia de Corinto, quienes, de acuerdo a Pablo, creían que seguir los impulsos del cuerpo no implicaba ningún pecado porque eran naturales (véase 1 Cor. 6: 13).
Estas personas se olvidan que la vida cristiana sana debe ser de constante progreso. De ahí, los llamados a seguir la santidad que hallamos en las Escrituras: «Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad» (Efe. 4: 22-24). «Dios no nos llamó a la impureza sino a la santidad» (1 Tes. 4: 7). «Pues Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestras propias obras, sino por su propia determinación y gracia» (2 Tim. 1: 9).
lunes, 24 de mayo de 2010
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